miércoles, 26 de noviembre de 2008
martes, 25 de noviembre de 2008
Utilidad pública

Favio Lavalle tiene 63 años, y es uno de seis hermanos, llegó solo desde Perú en 1969 y se casó en 1972 con la ciudadana chilena Marisol Hernández. Tiene dos hijos, la mayor Fabiola Lavalle de 34 años y el menor Juan Lavalle de 27 años. Ambos son profesionales.
Don Favio llegó a Chile con intenciones de viajar a Argentina a estudiar ingeniería, estaba de paso, pero conoció grandes amigos. Venía solamente por dos meses y se quedó tres. Se fue a Argentina, estuvo allá seis meses, pero le quedó gustando Chile, así que volvió y conoció a su esposa. Debió hacerse a pulso, trabajar vendiendo y comprando metales, hasta que encontró trabajo en una Indumotora en la que trabajó 15 años, ahí logró tener la tranquilidad para dedicarse a la pasión de su vida, el fútbol.
En Perú había estudiado para ser entrenador de fútbol, su ligazón con el deporte se remonta a su época de jugador, época que vio su fin cuando se lesionó gravemente la columna. Trabajó en clubes como Barrabases Chile, Universidad Católica y Santiago Morning, por mencionar los más conocidos. El trabajo en el fútbol rentado no es algo que le llene, según sus propias palabras. Dice que es en el barrio donde está la real labor que debe realizar el deporte, con la gente que corre riesgos de carácter social. Nos contó que una vez dirigió la selección de fútbol de la población
De su vida en Chile dice que lo que menos le ha gustado es el cambio que tuvo la sociedad chilena luego del golpe de estado. El golpe al estado chileno también golpeó al señor Lavalle, el clima se volvió hostil, muchas veces debió correr, arrancar, vivió en el sur y cargó con el mote de cubano por su color de piel, lo que en aquella época parecía ser un pecado mortal. Con todo lo que le pasó, parece no guardar resentimiento, pues dice que “son accidentes de la política”.
No extraña nada de Perú, dice que una vez que decidió quedarse en Chile pensó en que si estaba en este país pensando en el suyo no iba a surgir. Hace 15 años fue a Perú, al funeral de su madre, la que fue su primera y única visita.
Don Favio nos contó que cuando él cambió de país no llegaban a Chile peruanos como ahora, pero aún así su adaptación no fue traumática. Hoy se debate entre su hogar y su pasión, que luego de escribir esta historia, creemos que no es el fútbol, sino el trabajo con los niños.
lunes, 24 de noviembre de 2008
Noria Silva, un taxista de fe

Vive con su esposa chilena, su hija de 14 años, su hijastro de 21, y con su sobrino de 19.

Al llegar a Chile, Noria no pudo conseguir la licencia para conducir buses y camiones por no tener los papeles suficientes, pero "gracias a Dios" (como él mismo nos dice) pudo obtener la licencia A2 para taxis y colectivos.
Al preguntarle por la remuneración de este trabajo, Noria contesta que es buena, aunque gran parte de su sueldo se va en pagar por el arriendo del taxi, que le cuesta 50 mil pesos semanales; 12 mil pesos semanales, por el derecho a estacionar en la zona receptora de clientes y 10 mil pesos diarios en combustible. En total hace una suma de 548 mil pesos mensuales de los cuales se tendrían que descontar de su sueldo. Sin embargo, para Noria queda una suma de 800 mil para su bolsillo.

Si bien, Noria, siempre fue evangélico, no fue hace más de dos años que descubrió a Cristo, según él mismo nos cuenta. La pasión de la fe de los evangélicos chilenos, le hizo dar cuenta de que aquí se vivía a Cristo con todo el corazón. Noria dice que ni en toda su vida en Brasil había visto tanta fe y hermandad en la Iglesia, que como en la chilena. Cuenta la anécdota de un viaje al sur que tenían que hacer, pero que sin embargo, no tenían los recursos. Vino un hermano y donó dos buses, otros donaron el dinero de la bencina y otros donaron el dinero para el peaje.


El cuadro de fondo es una pintura de la suegra de Noria que hizo de Brasil. En un mes más, Noria y su familia regresarán a Brasil. Nos cuenta que fue un llamado del Señor lo que les ordenó a predicar la Palabra de Dios, tal como lo hace la Iglesia Evangélica en nuestro país. Noria dice que trabajará como camionero en Brasil, pero cumplirá el sueño de toda su vida: El dedicar su trabajo al Señor.
También nos cuenta de la diferencia entre manejar un camión y manejar un taxi. Manejar un camión constaba de un viaje a toda velocidad por horas, él se sentía más imponente en la carretera, mientras que con el taxi aprendió a conocer los tacos que tanto odia. Sin embargo, ha conocido el lado bueno de ser taxista, que es hacer muchos amigos en el trabajo. Noria cuenta una anécdota que le sucedió con María Paz, una mujer bien parecida (como según él mismo relata) que conocía Brasil y que le llamó la atención el acento del taxista. Lo invitó un café el cual Noria rechazó. Luego de haber entablado una relación, Noria le habló de Cristo y ahora María Paz y su marido son evangélicos.


Con su hija Marta de 14 años y el taxi Chevrolet Octra en el cual trabaja.